viernes, 10 de julio de 2015

Vigésimo tercer relato. RECUERDOS QUE OLVIDAR

Cuando oyó que no había nada como una playa desierta para relajarse y olvidar, no se lo pensó dos veces y fue a la playa más cercana a su casa, a las cuatro o cinco de la madrugada, a sentarse en la playa y comprobar si era cierto. Allí se quedó durante horas, observando el mar, escuchando la música que formaban las olas al romper en la orilla e intentando relajarse y, como le habían dicho, olvidar, hasta que los primeros bañistas empezaron a asomar por la playa, quienes hicieron que decidiera que era hora de marcharse.
Pese a haber intentado olvidar, lo único que cosiguió con ello fue recordar las caras de miedo de sus compañeros, la sonrisa malévola de sus superiores y la agonía de los heridos que, en el fondo, sabía que nunca olvidaría, así que cambió sus planes iniciales por unos completamente contrarios; escribir sus memorias, tituladas "Recuerdos que olvidar". En ellas, contaba los abusos de poder de los oficiales, las caras de gozo de algunos soldados, las lágrimas cayendo por las mejillas de los que, como él, no sabían muy bien qué hacían allí tras llegar convencidos de servir a su país y jamás tener esa sensación dentro del ejército y las caras de sufrimiento de otros justo antes de morir. Dichas memorias, manchadas con varias lágrimas en algunas de sus páginas, fueron lo primero que encontró la policía al entrar en la casa, advertidos por los vecinos de lo que podía haber sido un disparo, y pese a que el autor no tuvo esperanzas de que se publicaran tras su muerte, consiguieron que algunos oficiales fueran despedidos tras sus debidas investigaciones, e hicieron que el ejército fuera un trabajo un poco más justo.

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