jueves, 8 de enero de 2015

Séptimo relato. SALVAJES

No recuerdo muy bien dónde fue aquello, solo recuerdo la brutalidad con la que tratamos a aquella pobre gente inocente, y las caras de felicidad y disfrute de mis compañeros.
Recuerdo que viajamos por el desierto durante varias horas hasta llegar a la aldea, y que al llegar todos los habitantes de la misma nos miraban con cara de asombro y terror. El sargento dio la orden de bajar de los coches, y acto seguido de formar. Empezó a darnos unas instrucciones, cuyas razones hoy sigo sin entender:
-¡Atención, soldados! La gente de esta aldea son enemigos de los Estados Unidos de América, así que ya sabéis lo que hay que hacer. Como quede uno de estos putos salvajes vivo al final del día, todos vosotros estaréis muertos antes de que salga el sol.
Dicho y hecho. Todos mis compañeros empezaron a correr, armas en mano, y a disparar a todo lo que se movía, disfrutando con lo que hacían. Yo, de mientras, me quedé quieto, pensando en qué había podido hacer esa pobre gente para merecer los que les estábamos haciendo. Cuando vi cómo me miraba el sargento, empecé a imitar a mis compañeros y me metí en la casa más grande y decorada del lugar (que no tenia grandes construcciones, sino pequeñas casas modestas) y me encontré a un hombre de unos 60 años, muy delgado débil, quien me miró con cara de pena en cuanto me vio entrar. Le apunté con mi arma, que temblaba como si de goma se tratara, e hizo un gesto con los brazos, protegiéndose, como si eso fuera a impedir que las balas le travesaran y acabaran con su frágil e inocente vida.
-¿Por qué? ¿Por qué hacéis esto? ¿Qué os hemos hecho? - Dijo una voz aguda.
Miré a mi izquierda y vi a una niña de unos 10 años, cuyos preciosos ojos azules soltaban lágrimas sin cesar.
-¿Sinceramemte? No tengo ni idea, yo solo acato órdenes, con las cuales no estoy de acuerdo, pero si las incumplo me pasaré el resto de mis días en una prisión, siendo maltratado por otros presos y muriendo en vida, y no es el destino que quiero, pero te aseguro que esta es la última atrocidad que cumplo en este ejército; el ejército de un país que parece disfrutar con la guerra y con barbaridades como la de hoy.
De repente, entró un compañero mío y me dijo:
-¿Qué coño haces? ¡Hay que matarlos, no darles charla! ¡Como en cinco segundos estos dos no estén muertos, lo estarás tú, traidor de mierda!
Ahora me doy cuenta de que tuve elección, pero en ese momento no me lo pareció. Volví a apuntar al hombre y disparé. Al girarme hacia la niña, vi cómo no podía parar de llorar. Cerré los ojos y disparé.
Todo ocurrió hace treinta años, y hoy me sigue quitando el sueño.

No hay comentarios:

Publicar un comentario